De los Bengolea se tienen noticia desde 1750, en que se afincaron en una y otra banda del Río Cuarto, formando una estancia para ganado mayor cuando adquirieron cuatro leguas de campo. Comenzaron con esta obra poblacional don Francisco de Bengolea y su esposa Margarita González Carriago.
Aquella parte del antiguo feudo no podía estar más desamparada de la mano de Dios y de los gobernantes. Era una empresa de temerarios querer poblar aquellas soledades sólo frecuentadas por las hordas mapuches provenientes de Chile que asolaban las primeras poblaciones en busca de yeguarizos y vacunos cimarrones(salvajes, sin marca).
El 1ro de setiembre de 1775, un malón de incalculable cantidad de lanzas se abatió sobre la estancia de los primeros Benglea en los paraje de la Punta del Sauce y San Bernardo simultáneamente. Salió a defender sus bienes y su gente el Capitán Silverio de Bengolea con sus peones y vecinos de aquel pueblo que se estaba gestando. Cayó don Silverio de un lanzazo y fue degollada su esposa doña Incolaza Abaca. En la desesperada lucha perecieron dieciséis defensores, llevándose cautivos cincuenta y siete mujeres y niños.
Las haciendas que se llevaron los indios, pertenecientes a los Bengolea y vecinos, tardaron todo un día en cruzar el río, tal era el tamaño de la tropa.
Entre los cautivos iban seis hijos del matrimonio que pudieron sobrevivir a la terrible marcha por el desierto con destino a las tolderías.
Aquellos seis hermanos habían visto morir a sus padres y a un pequeño recién nacido en forma sangrienta. Bartolina, Francisca, María del Pilar, María Eulalia y José Lino vivieron largos años en las tolderías esperando ser rescatados. Al tiempo, todos volvieron, menos Francisca.Para ella la suerte se echó de otra manera.
La muchacha era agraciada, el joven lonco intuyó en ella una digna mujer para su heredero. Él vio a la niña convertirse en donosa mujer., de modo que llegada la edad de casarla le fue dada a Curritipay, su primogénito.
La boda se llevó a cabo con tal esplendor como corresponde honrar al futuro lonco en todo su poder, de acuerdo al ritual mapuche. No le faltaron a Francisca, ni las joyas ni los atuendos, ni los ponchos y demás atributos de una auténtica PRINCESA DE LAS PAMPAS. Se supo sólo que la pareja tuvo un niño y una niña herederos de aquel imperio sin fronteras. Mucho debió amar aquel indio a su mujer, que convencido por sus ruegos y lágrimas, accedió a que Francisca fuera a visitar a sus hermanos residentes en La Carlota desde que la estancia quedó convertida en cenizas y taperas.
Sólo dos lunas-le recomendó Curritipay a la madre de sus hijos, que por supuesto quedaban con el padre. Así, curtida por la vida en las tolderías, con los atributos de su rango volvió Francisca a La Carlota donde se encontró con los suyos. Toda la alegría contenida estalló, pero pronto se opacó al no poder mostrar sus retoños que tenían la piel más oscura que ella, los ojos almendrados y el pelo negro como ala de cóndor, pero rizado.
Volvió a practicar otra vez la lengua hispana y contó cómo era la vida en el Mamuel Mapu, el país de los árboles, de las praderas donde todo abundaba y el horizonte era libertad infinita.
La familia insistió en que ella volviera.
La frontera, fue testigo de los esfuerzos hechos por los Bengolea para que pudieran venir también los niños. Pero el Lonco encontró razones que hizo valer ante las autoridades de la comandancia de Río Cuarto.
El comandante mantuvo el criterio de que los niños no eran cautivos sino nacidos en épocas de la convivencia de ambos, asistiéndole al padre la patria potestad.
Algún indio merodeaba por los alrededores de La Carlota, con mensajes para Francisca.
Una madrugada, doña Francisca de Bengolea, se despojó de su ropa civilizada, volvió a la túnica nativa y al poncho del telar indiano, se calzó las botas de potro y montó el anca del caballo del indio merodeador. Tal vez el fuego del toldo ranquel la esperaba con un amor que no pudo encontrar entre los blancos.
En tiempos de la dictadura de Rosas, los Bengolea fueron despojados de sus tierras y perseguidos. Dejaron sus bienes de Río Cuarto radicándose en San Nicolás de los Arroyos donde tuvieron descendencia. Los descendientes de Francisca se pierden en las tolvaneras de la tierra incógnita, en el misterio del éxodo de la raza perseguida.
Francisca optó por su familia del aduar, por su hombre y sus hijos mestizos. Eligió la libertad inmensa del horizonte de donde no hubiera habladurías a media voz de sus historia entre los indios.
Prefirió aquella vida sacudida por vientos con cuchillos, salvajes medanales que devoran al que no conoce sus secretos. Volvió a la áspera y metafórica lengua mapuche invocando a la naturaleza, patria de Nguenechén.
Volvió al Mamuel Mapu( tierra o país de los árboles, lugar dónde vivieron los ranqueles), la tierra prometida.
(GRACIAS SUSANA DILLÓN, escritora de Rio Cuarto, quien aportó con esta historia.)Del libro: Mujeres Reveladas


Qué fuerte historia! Conmueve hasta las raíces!
ResponderEliminarBella historia y Florecía Bonelli la escribió muy romantica ! !!también Susana Dillon
ResponderEliminarperdón FLORENCIA BONELLI
Eliminarel unico GRAN detalle, es que no eran mapuches, si no que PAMPAS RANQUELES
ResponderEliminarHubiera hecho, perdón. La historia.
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